Imagínense un cubo de Rubik, superpuesto en una vacía mesa de cristal, en una habitación de cuatro paredes sin alguna ventana o puerta que las divida. Excepto ese cuadrado, nada tiene color. Usted está allí, encerrado, observando aquel característico y popular juego, también de seis caras como el lugar donde se halla. No existe nada más y no puede salir, las paredes no ceden. Sin efectividad en la huida, intentaría descifrarlo, moviendo bien las piezas para resolver el enigma entintado en varios pigmentos.
Los fragmentos, desordenados, se entremezclan como intrusos en fronteras que no son suyas, donde el contraste del color oscuro acentúa la refulgencia del vivo. Donde una cara tiene más de un cuadro, más de un color y más de una personalidad. Resolverlo, para un principiante, sería todo un reto, pero quizás destaparía el enigma que lo encierra entre aquellos blanquecinos muros.
Lo desconocido, lo complicado, lo infranqueable y lo extraño, nos atrae. ¿Qué ganaría descifrando un pequeño juego si, en teoría, no serviría para nada? ¿Podría escapar de aquí si lo finalizo? ¿Por qué el cubo tiene color y lo demás no? Esas son algunas de las incógnitas que podrían recorrer su consciencia en ese mismo instante. Y también piensa que no perdería nada por ello, pero eso usted aún no lo sabe. Aquel artilugio podría destruirle, explotar o desmembrar los cimientos que le acogen o quizás no ocurriría ninguno de los casos anteriores. No obstante, sé que usted lo haría.
Ahora bien, cambie usted el cubo de colores por una persona desconocida y las paredes que lo encierran ahora juegan a ser tu vida. Aquel cuadrado ya no existe, se ha transformado. ¿Aprecia la diferencia? Tiene usted delante a alguien que no conoce, que no sabe por qué está ahí y ni siquiera puede intuir su nombre. Pero sin embargo, sí conocía la denominación del famoso cubo ¿Por qué? Se preguntará. No le importa y tampoco se da cuenta de que esa persona está ahí por alguna razón o ninguna de ellas.
Tiene miedo. Podría ser tan o más peligroso que aquel cubo, o quizás no. Es una mente, una conciencia y una personalidad: un cubo indescifrable al que poner descripción o color sería infinitamente imposible. Pero, ¿Se atrevería a descifrarlo? ¿Intentaría resolver el enigma con tanto entusiasmo como si fuera el pequeño cubo de Rubik? Formularía miles de preguntas para tan pocas respuestas: ¿Por qué él o ella? ¿Podría hacerme daño? ¿Me ayudaría a escapar? ¿Es un espejismo? Quizás sea una vida paralela, una piedra en el camino o simplemente un maniquí de escaparate. Ninguna de ellas serían argumentadas si usted no juega con el cubo, no intenta conocer, descifrar ni representar a quien lo sucede.
Pero piense, que quizás esa es la
persona adecuada que puede hacer que imagines las ventanas, las puertas de tu
habitación o el color de las paredes de aquello a lo que llamas vida, para que
pudieras ver la luz o salir a tomar el aire fresco que tanto necesitabas cuando
la oscuridad se cernía en tu mente, en tu pasado o futuro, en aquel habitáculo
donde yacías y no encontrabas solución.
Y como siempre nos piden que
seamos creativos, esa persona también podría prestarle un martillo con el que
pudieras golpear fuertemente la pared y escapar de allí. Pero eso, amigo o
amiga, puede imaginarlo usted, que yo prefiero enamorarme o morir allí.
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