Me quedé abstraído cuando me hicieron aquella pregunta. No sabía como
contestarla, ni siquiera darle una efímera forma para salir del incómodo silencio
que protagonizaba. Entonces pensé que para ser un poeta, lo tendría que haber conocido de cerca. Y no hablo de una mujer o un hombre, sino de muchas cosas más. Querría
extender aquella palabra a otros mundos dispares, que no se conforme con un aislado
significado o una desplumada deducción. Estar enamorado de los valles, de la
luna, del cantar, de la belleza, de la vida o del pensamiento. Ese era el
concepto, la base, la raíz de todo lo que reflexionaría en mis siguientes
líneas.
Cada persona, lo haría de diferente forma. Elegiría las pautas, los
caminos, las semillas de sus frutos. Él tomaría la montaña, ella el océano y yo
la oscuridad del cielo en mi madrugada. Y tú podrías ser algún tipo de poeta.
¿Cuántos habrán, tan escondidos, detrás de la maleza? Yo no sabría decírtelo. No
sabía de quién o de qué estaba enamorado, pero algo dejaría en mi pluma la
melancolía, la tristeza y la pasión de un ser incomprendido, tan erudito en la
discordia.
Yo sólo supe que una derrota me convirtió en poeta. Y todos tenemos
uno. No nace junto a nosotros sino que se crea, se forja, aunque no lo sepan,
aunque no lo conozcan y aunque no lo escriban. Quizás ahí está el problema. El
miedo a entintar un pensamiento, a darle vida a unas palabras y a conmover una
conciencia que te observa. Escuelas de poetas y no de guerras, pensé. Ya
sabemos que no hay nada más fuerte en este mundo que sea capaz de destruir el
pensamiento. Tal vez la incordura, pero eso sería jugar sucio y luchar contra
alguien desarmado, vacío de consciencia y tan abstracto de encontrar la
perseverancia.
Y no solo podrían ser letras. ¿Quién me diría a mí, que una canción o
una fotografía no puede ser poesía?. Una cosa puede ser más que ella.
Simplemente tienes que aprender a verlo. Darle otro significado aunque no esté
presente. Encontrar la afinidad entre lo que piensas, reflexionas, lo que
tienes delante y tu propia subjetividad. Ése era el camino para contestar a
todas mis preguntas. El brote inmenso de todas las respuestas.
Me habían hecho antes otras preguntas. Por supuesto que sí, derramé
mucha tinta en poemas de amantes y cosí los recuerdos con palabras en el papel.
Tal vez era la única forma de quemarlos, aunque realmente, si hay algo en éste
juego que no puedes matar es la reminiscencia. Al igual que cuando borras el
carbón del papel, desaparece lo negro, lo gris y no puedes leerlo, pero deja
un fino surco incrustado para siempre en tu papiro. Sólo tienes que procurar
que no se rasgue, ya que entonces no podrías reescribir otra historia en él.
Tal vez por eso me aburrían mis poesías. Había agotado mi tintero y
desgarrado mis pétalos. Entonces descubrí la leyenda, las aventuras de villanos
y viejas rameras de noche, los caballeros y las doncellas, los castillos y la magia. Como mi mente inquieta siempre quiso
más, también me enamoré de los besos que me ofrecía la prosa. Aquellos libros y
novelas nunca me abandonarían. Era un poeta encerrado en un mundo que no había sido
escrito para él.
Dejé de sumergirme en mi consciencia y volví a darle aliento a mi
existencia con algo que responder. Entonces me volvieron a preguntar si alguna
vez estuve enamorado y cómo me sentía al estarlo. Y yo les dije que sabías que estabas enamorado
cuando no querías dormir por las noches, ya que tus sueños no superan la
fantasía que vives en tu realidad.
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