Para quien venga y para quien
se fue, que lo entienda. Ni soy ni seré la persona perfecta. Ni tampoco
quise encontrar alguna. Me gustan las cosas claras, las cosas sencillas. La
picardía y la brisa improvisada. Una quedada instantánea, una sonrisa fácil y
una conversación que nunca esté desafinada en un “sí o un no”. Pero en este
mundo, lo que más me gusta es la poesía. Sobre todo esa que te pega una patada en la cara. La que eriza tus sueños.
La que saca punta a tu vida.
Quería dejar claro que me acabo pronto y puedo quedarme vacío. Mi
realidad permuta en cada instante. Me gusta que me den la misma agua que yo ofrezco cuando tengo sed. Si no
me llenas, nunca estaré nuevo. Soy de los que temen darlo primero, de hacerlo
al principio, de aferrarme a algo que me haga daño, a algo que solo pueda ser
humo. Que me enamoro a largo plazo y, cuando lo hago, ya se han ido. Quien no
espera, quien no arregla, que se vaya. Tampoco te lo pongo difícil.
Conmigo no hubo segundas
partes, ni terceras oportunidades. Me dejaron solo en el peor momento,
en el peor instante, cuando yo necesitaba que me alumbraran el camino. No esperaron y se fueron cuando estaba herido, cuando no podía correr, cuando no
podía alcanzarles. Nunca hubo
verdades, ni por mi parte ni por las suyas. Ante todo, hoy he aprendido a ser sincero. Que también me cambiaron y
entiendo, profundamente, lo que tú también sentiste. A todos nos cambian alguna
vez. Y si no lo han hecho aún, espero que ese día te acuerdes de mis palabras.
Yo también fracasé. Todos lo
hacemos. Ni siquiera dándonos cuenta, ni siquiera con mala intención, pero
lo hicimos. Admiro a la gente que llora
cuando escucha una canción, con un recuerdo, una vida u otra historia que no sea suya. Que
le emocione un arte, hasta el punto que sean sus ojos quienes derramen las
palabras. Por un momento, por una ocasión, que llore porque tiene sentimientos.
Porque llorar es de humanos, de personas. La lágrima es el agua que empaña el
cristal de tu alma. Porque lo haces antes de abrir los ojos, cuando ni siquiera
eras consciente de que estás vivo, cuando acababas de nacer. Y es por eso que a veces, siendo adulto,
después de llorar puedes ver más clara la realidad.
Para que me entiendan, que soy más de ayer que de hoy. Que nunca
olvido y he vivido lo suficiente para darme cuenta de muchas de mis verdades. Ni soy tóxico ni soy inofensivo. Mi arma es la letra con la que ilustro mis sueños. La que cuenta la vida que me gustaría y me separa de la realidad que nunca quise. Que
soy una persona simple, dentro de mi complejidad. Tan profundo, tan astuto y
decidido como la adversidad.
Esta es la vida de mis sentimientos. Hasta aquí llegaron hoy. Mañana quizás lleguen a otra parte, a otro mundo. Incluso puede que
al tuyo. Porque los sentimientos se
enredan como tu pelo, como el auricular en tu bolsillo. Pero siempre hay
que tener cuidado, ya que cuando unos son tan grandes lo hacen demasiado y la
única forma de resolver el nudo es cortándolo. Puede que eso duela,
puede que sufras, pero créeme, a veces lo mejor que puedes hacer es empezar desde el principio. Empezar de nuevo. No está mal raparse un poco la vida cuando se ha llenado de piojos. Después de eso habrás aprendido que no debes
de enredarte en el sitio erróneo, en el pantalón equivocado.
Como habrás visto, soy de los que hablan demasiado. De los que nunca
enmudecen. De los que se enrollan de más y buscan explicación a lo
incomprensible. Aquí termina mi
historia, por ahora, ya que no dejaré de escribir, de pensar o de amar, hasta
que algún día, en la muerte, mi vida se calle para siempre.
Atentamente,
Para que lo entiendan.
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