[…]
Ahora
ella ya sabe que su fiel caballero nunca volverá, que su sangre nunca correrá y
que su alma, perdida y nostálgica, vagará incauta en el Nirvana durante el
resto de sus días. Ella empapó de lágrimas el escrito, como también de rojo entintó,
el afilado acero de su puñal.
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