Tiempos tan extensos, tan efímeros y ahora tan extraños.
Navegaban en un mar flemático que golpeaba intensamente la vehemencia de dos
almas, uniéndolas como una sola llama en el más eterno de los fuegos.
Aquella noble travesía continuaba su trayecto, hasta el día
cuando el rencor de las tinieblas, su máxima sicaria, se interpuso en el camino, dejando el rastro que deshizo el hechizo que nos unía.
Derramada fue, la más
pura de las sangres.
Lo único que realmente amé en esta tumba a la que llaman
vida, se desvanecía en mis manos como las estrellas en la mañana, que marchitan
lúgubremente al ver despuntar el día.
¡Ay, presa de los
vientos!
Traes tus cantares
contigo,
Intentos de colmar de
alegría,
Sin vileza y sin
éxito,
La tragedia que allí
me destruía.
¿Por qué razón , mísera? Me arrebataste el sustento de mi
vida, el agua de nuestras venas, ríos tristes, que ahora lloran al perder su
cauce. Envidia donas al ser que fragmentas, Muerte: Tú no morirás sola.
Dicen que los años erosionan y encubren las heridas. Son los
mismos que nunca podrán enterrar un dolor, afilada esquirla en alma, surgido al
perder lo que ahora estancia en un abstracto recuerdo de la persona que llenó
de bosques la tundra, de altas hierbas las praderas y de agua dulce los océanos del gran
desierto, antes corazón, de mi moribundo y vacío cadáver.
Vagando está sin vela, sin rumbo, en una vida que ya no es
suya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario