Tumbada está, una bella joven, rodeada de intimidadores objetos
de moda. Ella está semidesnuda, indefensa sobre la superficie terciopelada de
la moqueta, mostrando sus delicados pechos. Una corbatilla los divide, como río
que callejea entre sus valles.
Sus ojos me miran.
Sus ojos me miran.
Maniquíes, prendas y copas la acompañan. Está quieta,
sumisa, ante la mirada del espejo donde su luz no se refleja. Se confunde con
los inertes muñecos prendados, el color y la textura de su piel se asemejan al fino
plástico.
Sus ojos me miran.
Ella es una muñeca más a la que vestir y exhibir. Atrapada está, en ese pequeño mundo que la encadena. Maniquís sin cabeza la acechan vilmente, mientras su cabello descansa sobre la superficie. La virtud de su cuerpo. Lo único que a ellos les importa, la esencia furtiva de la belleza femenina.
Sus ojos me miran.
Ella es una muñeca más a la que vestir y exhibir. Atrapada está, en ese pequeño mundo que la encadena. Maniquís sin cabeza la acechan vilmente, mientras su cabello descansa sobre la superficie. La virtud de su cuerpo. Lo único que a ellos les importa, la esencia furtiva de la belleza femenina.
Y sus ojos se cerraron para siempre.
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