Pensé que esta vez no era yo, por culpa de la gran subjetividad del
asunto, quien daría una buena respuesta.
Era otra pregunta incómoda, difícil de resolver con escasas palabras y en tan
solo unos segundos. Y como no, quien busca una explicación, cae sumergido una
vez más en la reflexión. Quizás este tema se me escapaba de las manos. Era algo
tan idealizado, común, usual y tan visto que quería interpretarlo de otra
forma, para no caer en el vestigio de la redundancia.
Me concentré en la gran posibilidad de factores que lo condicionaban. En todo el conjunto que rodea una simple acción y en las posibles interpretaciones de las personas. En los antecedentes que lo ocasionan, en los cofactores que lo contribuyen y la variabilidad que tiene el ser humano para percibir una sensación en su mente ante un estímulo. En definitiva, un beso era un abismo lleno de interferencias.
Me concentré en la gran posibilidad de factores que lo condicionaban. En todo el conjunto que rodea una simple acción y en las posibles interpretaciones de las personas. En los antecedentes que lo ocasionan, en los cofactores que lo contribuyen y la variabilidad que tiene el ser humano para percibir una sensación en su mente ante un estímulo. En definitiva, un beso era un abismo lleno de interferencias.
Todos sabemos lo que es, estamos
cansados de verlo. Hay muchos, pero unos dan más que pensar que otros. Quería
centrarme, especialmente, en la rama más gruesa de su significado. No el de una
madre a sus hijos o el que puede dar un lío de una noche, sino de aquel que inquieta al adolescente,
entusiasma a un poeta y vuelve loco a un hombre.
No quería hacer un manual de asalto para atentar contra unos labios,
o enseñar a colocar tu boca de algún “x” modo, ni descubrir los movimientos tan
Don Juanes que alguna vez leí o escuché para dar un buen beso. Porque siempre he pensado que hay algo más y
quizás muy simple para hacerlo bien, el mejor o convertirlo en inolvidable. Y
eso no depende de que sepas hacerlo o no, aunque para muchos influya bastante.
Podríamos colocar la tesis de “saber hacerlo bien físicamente” como
el primer eslabón, no por ello el más
importante de todos los factores. Y me abstengo de todos los comentarios
que he podido escuchar como “Parecía un torbellino”, “Abría la boca y la dejaba
ahí quieta” o mi preferido: “Besaba peor que una cabra”. Quiero reflexionar
todo esto dentro de los límites de una normalidad idealizada, aunque haya energúmenos
y casos para estudios especializados. PD: ¿Quién habrá besado a una cabra?
No hay un beso peor que otro, sino unos labios que no encajan. Y
esto es así, hay labios carnosos, finos, delgados, largos, grandes, con
diferentes texturas… las diferencias morfológicas de cada persona lo hacen
diferentes. Sin querer dar rodeos, esto nos pasa en todo. Hay quien no soporta
el humor de una persona o la forma de reírse, pero sin embargo es el centro de atención de
otras muchas. Así somos las personas,
como hace tiempo dije, unos pequeños
trozos de un puzle al que llaman “la vida”. Y con ello se establecen las
relaciones. Incluso el más pútrido de los humanos puede tener un amigo o una
compañera leal. Unos encajan, se complementan y otros no, pero querer forzar
algo que no se puede establecer, es tan inútil como seguir con uno al que le
faltan piezas. ¿Quién querría seguir llevando una vida con huecos vacíos? El
modelo Pieza-Puzle se podía aplicar a todos los aspectos de la existencia. Quizás
los labios sean el reflejo, la entrada y el número de identificación de un puzle
pequeño o grande para compartir con esa persona. Sólo tienes que encontrar unos labios que encajen con los tuyos.
El primero de los extraños síntomas del amor es la exclusividad. Y
qué importa como sean sus labios o su manera de besar, si llevas esperando ese momento mucho tiempo, será algo que nunca
olvidarás. Ya tendrás tiempo de aprender a encajarlos del todo. ¿Quién no se
llenó hasta la saciedad con aquel primer beso adolescente? Aquí deberíamos de aprender de los perros. Lo que importa es la intención de sus
lametones, no cómo los hagan. Y tanto que sabemos que no es perfecto, que podía
ser mejor, pero nos gusta y nos complace. La comparación es un Judas intruso en
lo que anteriormente se ha dicho. Un beso puede gustarte y otro también, pero la única diferencia que tienen es que los
dos son diferentes. Pero personalmente, para mí, el mejor beso de todos es aquel que te hace olvidar los otros besos que
te habían dado antes. Si estás con alguien y no sientes eso,
deberías replantearte muy enserio tu situación antes de provocar algún daño, porque
hay besos que tardan mucho tiempo en olvidarse.
Hablando del tiempo, pensé que también era muy importante. ¿Para
que adelantarse y querer hacerlo cuanto antes? La historia nos sirve para conocernos
y visualizar nuestros errores para no volver a cometerlos. La premura en el amor nunca
trae buenas consecuencias: tiene
subtítulo de tragedia. Y que se lo recuerden a dos jóvenes protagonistas de
una célebre obra de Shakespeare. No se construye un imperio en un día, ni la
vida en un segundo. Todo toma su tiempo. Si crees que en tu senda temporal se pueden
unir los caminos, pero esa persona no
tiene ni un pequeño desvío hacía el tuyo, quiere decir que el destino o tú estabais equivocados. Y créeme, el primero siempre es
más sabio. En contrariedad de lo dicho, debes de saborear la paciencia, ir empedrando
la vereda para hacerla más visible. Cuando menos te lo esperas, estarás en el
segundo adecuado, y sobre todo, en el lugar idóneo. No es lo mismo un primer beso
ebrio en una discoteca que uno en un lugar más singular, más propio y más
especial. Quién sabe si la magia de un
beso está en su improvisación, encima de un puente, dentro de un bosque o bajo
el calor de las llamas de un fuego en una noche de tormenta.
A pesar de todo aquello, podría
escribir miles de párrafos más y quizás no resolvería ningún problema, ya que cada persona puede ver el mundo de manera diferente
a la mía, y en eso si que estaba seguro. Pero estaba al borde de contestar
una pregunta y dar una respuesta que me inquietó más que a él, mi buen amigo,
que se encontraba esperándola.
Pensé, como conclusión, que si realmente le gustaba esa persona y
ella le mostraba una certera oportunidad, no había ningún problema ni ningún
truco mágico para concebirlo. La podrá
besar con la con la suficiente fuerza, ternura, pasión, arrogancia, vigor o
delicadeza que necesitan sus labios. Lo único que tenia que hacer era
aproximarlos. Pero no podía explicarle todo esto y lo anterior en ese mismo
instante, se me acabarían pronto las palabras y seguramente no me creería. Entonces
le dije: —Bésala como si fuera el último
beso y la última mujer que besas en la vida—De esa forma, seguro que ella
volvería para buscar sus labios. Creí que así, sería un buen beso. Y nunca
estuve equivocado.
Iván Rafael Navajas Ruiz-Coello
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