Ni a Dios ni a los mortales.


Ruego, misericordioso,
Exhausto y mal salubre,
Que alguien gane mi batalla.
Que me deslumbre y me haga uno.

No he sido yo quien gane esta vez,
Ni he sido yo quien buscó.
Es aquel sabor, aquel amargo sabor,
que tiene el perder.

¡Mi mente y mi orgullo, que supliquen!
¡Si son culpables de lamentar!
Fueron causantes, fueron convictos,
De perder a quien pensaban.

Unos razonan; deben de olvidar.
Y otros, disgustados;
Que no debió de pasar.

¡Que venga dios y me lo explique!
¿Cómo se desenmaraña el sendero?
¿Cómo retrocede el destino?
Y así, de camino, me mato a mí mismo.






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